Detenerse para pensar. Pensar para vivir mejor

Una experiencia de presencia, escucha y tiempo prolongado

¿Hay algo más apropiado que la inmersión en la naturaleza para desconectarnos del ruido de fondo constante y de la aceleración que caracterizan a las sociedades contemporáneas urbanizadas e hiperconectadas?
La filósofa Samantha Rose Hill, en una entrevista reciente al periódico Expreso, afirma algo tan simple como vital y urgente:

“Para pensar, tenemos que detenernos. Solo así volvemos a un estado en el que es posible existir un diálogo interno en el que surgen los principios morales que determinan las acciones”.”

Esta idea por sí sola ya sería motivo más que suficiente para lo que aquí proponemos. Pero hay mucho más.

La necesidad de frenar

En el plano profesional — y también personal — casi siempre hay algo que late en nuestro interior: inquietudes, ansiedad, indefiniciones, estrés, tensión. Factores que, combinados o acumulados, pueden llevarnos lenta o rápidamente hasta un límite psico-emocional.

Por supuesto, también existen la excitación, el entusiasmo y las emociones positivas. Lo esencial es lograr equilibrar estos dos polos, para que uno no se imponga sobre el otro hasta contaminar la vida en su conjunto.
Y cuando eso sucede, ¿de qué vida estamos hablando realmente?

Detenerse. Alejarse. Respirar.

Por eso, de vez en cuando, es fundamental frenar a fondo. Detenerse.
Alejarse de las rutinas y de los lugares habituales de vida y trabajo. Adentrarse en el silencio y el magnetismo de la naturaleza. Solo así se vuelve posible salir de uno mismo, soltar pensamientos y emociones y permitir que fluyan sin ataduras — llevados por la ligereza del aire. Como mínimo, se recomienda reservar un día entero. ¿Lo ideal? Tres días consecutivos.

1 DÍA — Una primera inmersión

El día comienza con una caminata a paso lento por un entorno remoto de excepcional riqueza natural. Deja que los sentidos vaguen. Disuélvete en el silencio del paisaje.
En poco tiempo, te habrás olvidado de ti y del mundo. Serás, como escribe Frédéric Gros, «un simple flujo de vida inmemorial» (Andar — Una filosofía).
Al final de la mañana, siéntate a la sombra de un árbol o sobre una roca, disfruta de una comida sencilla y contempla el horizonte. Tentador, ¿verdad?

La tarde — escucha y acompañamiento en paisaje

Durante la tarde, la experiencia se profundiza a través de un tiempo de acompañamiento en el paisaje.
Un espacio de escucha y reflexión vivido en diálogo con el territorio, el ritmo del cuerpo y aquello que emerge en el silencio.
Se trata de crear condiciones de presencia donde pensamientos, inquietudes e intuiciones puedan surgir sin presión, sin objetivos predefinidos, sin urgencia.
Aquí, la naturaleza no es un escenario ni una herramienta. Es una parte activa del proceso.

¿Y si fuera durante 3 días?

¿Y si esta experiencia se prolongara durante tres días consecutivos, permitiendo que el tiempo haga su trabajo?
Un ritmo moldeado por el lugar, los días y las personas.
A solas o en un grupo pequeño.
A solas o en pequeño grupo. En un espacio de convivencia sencilla, alejado del mundo digital y de su ruido constante.
Un lujo poco común. Y profundamente necesario.

Carlos Afonso

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