Un pie tras otro, despacio, sin prisa por llegar a ninguna parte.  Sólo el placer ancestral de ir, de avanzar.
Envuelto en el silencio del paisaje, magnetizado por la belleza escultural y eterna del granito, fascinado por el canto de los pájaros, las flores silvestres multicolores, la fragante frescura del aire, el relincho de los caballos o el armonioso sonido de un arroyo. 
Y luego una pausa para saborear un picnic preparado con cariño con una vista panorámica que te dejará los ojos brillantes.  Tanto en tan poco.

 
				