Lamas de Mouro – Peneda: caminar hacia dentro

Lamas de Mouro – Peneda corresponde a la tercera etapa de la Gran Ruta Peneda-Gerês (GR50). Son unos ocho kilómetros que se recorren sin prisas, en un estado de tranquila atención, donde el cuerpo camina y el espíritu descansa. Un recorrido de deslumbramiento sensorial y profunda paz interior, especialmente indicado para quienes viven bajo una exigencia intelectual constante y en un régimen de conectividad permanente. Aquí, la invitación es clara: ralentizar, aliviar la presión, desconectar.

El recorrido comienza en las inmediaciones del Espacio Interpretativo de la Puerta de Lamas de Mouro y se adentra inmediatamente en un bosque mixto, denso y envolvente. Antes incluso de que el cuerpo se caliente, la mente ya se ha rendido a la naturaleza. La sensación es de disolución gradual: el paisaje envuelve, acoge e impone su ritmo.
A continuación, seguimos por antiguos senderos y caminos ancestrales, fragmentos preciosos de un territorio vivido y trabajado a lo largo de siglos. Cada curva, cada muro de piedra, cada claro permite vislumbrar historias de trashumancia, de supervivencia y de íntima relación con la montaña.

Siempre que sea posible, sobre todo si no camináis solos, lo mejor es reducir las palabras a lo esencial y dejar que el silencio cumpla su función. Un silencio pleno, habitado por el canto de los pájaros, el murmullo del agua de los arroyos y la respiración profunda de quien aprende, paso a paso, a estar presente. El aire, fresco y ligeramente perfumado, llena los pulmones mientras la mirada se pierde en los macizos graníticos recortados contra la claridad del cielo.

El camino nos lleva a través de una sucesión de paisajes naturales de rara belleza: el valle de origen glaciar, las escarpadas laderas, los antiguos robledales y los bosques mixtos que alternan luz y sombra. Nos cruzamos con vacas que pastan tranquilamente y levantan la cabeza con curiosidad serena, con el río Mouro, que nace cerca de ahí y sigue hasta el Minho —río fronterizo— y con el río Peneda, límpido, pausado, casi meditativo.

De vez en cuando aparece otro caminante. Pocos. Los suficientes para recordar que compartís el camino, pero no como para romper la armonía. Y así, sin que el tiempo se imponga, este va transcurriendo suavemente hasta que llegáis al Santuario de Nuestra Señora de la Peneda.
Allí, vale la pena quedarse. Conversar tranquilamente, observar los detalles de la arquitectura y dejarse envolver por la grandeza del paisaje montañoso que rodea el santuario. Un lugar donde el camino exterior encuentra eco en un recorrido interior, y donde el regreso siempre se hace con algo más ligero.

Carlos Afonso

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