Una casta en su propio territorio, de eso trata la narración.
Alvarinho en las orillas y laderas del río Miño. No en todas partes, porque el refinamiento siempre ha sido caprichoso. Y esta variedad es caprichosa. Pero antes de seguir adelante, echemos la vista atrás. ¿Qué confiere a una región vinícola su aura inconfundible?

La historia y la cultura que allí se desarrollaron. Y las características geomorfológicas que interactúan con estos factores y con las vides. En el pasado, esta zona fronteriza se dedicaba principalmente al vino tinto y a variedades de uva mixtas, sin que ninguna fuera especialmente dominante. Pero ya gozaba de reputación como zona distintiva para el cultivo de la vid.

Hasta que la variedad blanca Alvarinho empezó a destacar, pasando a un segundo plano frente a todo lo demás, convirtiéndose en un símbolo, un elemento de identidad y un activo económico de gran valor. Sin embargo, aquí y allá, las viejas variedades de uva olvidadas empiezan a renacer, lo que sólo beneficia al territorio: le da versatilidad y honra el pasado.

Las propiedades son marcadamente familiares, de encaje y pequeñas.  Las raíces enterradas profundamente en el tiempo lo son todo. No hay innovación, indispensable sin discusión, sin la expresión y la marca de la continuidad.
Para quienes sienten curiosidad y pasión por el mundo del vino y las emociones asociadas a él, el descubrimiento se hace a paso lento y con los sentidos atentos. Ya sea paseando por los senderos, por las calles o entre los viñedos. Mientras charlas con los lugareños que comparten sus recuerdos. Deteniéndote para sentir el aliento de la naturaleza y la historia. O contemplando la tranquila belleza del río mientras saboreas manjares acompañados de una aromática copa de vino.

Alvarinho de Monção e Melgaço es legado, es alma, es comunidad, es pasión que trasciende. Es el pasado hecho presente que ya es futuro. Es la joya más preciada de la región del Vinho Verde.