VALLE DE VEZ
Primero, un pie tras otro por las orillas del Vez, en un recorrido que requiere silencio y sincronización sensorial para que puedas absorber adecuadamente la magnificencia de todo lo que te rodea. Como si estuviéramos en una catedral.
Luego, al final del paseo, la impecable belleza de las terrazas de Sistelo y un agradable almuerzo. A continuación, un recorrido por el pueblo y un resumen de la historia de Bonaventura y Manuel, los dos hermanos Gonçalves Roque que partieron hacia Brasil en la primera mitad del siglo XIX. Allí se enriquecieron y se convirtieron en figuras de mérito, hasta el punto de ser honrados con el título de vizcondes: Buenaventura de Vez, Manuel de Sistelo. Entre medias, Buenaventura se casó con Luísa Labourdonnay, de linaje aristocrático francés por vía materna.
Tuvieron tres hijas. Una de ellas, Júlia, se casó con su tío Manuel, veinte años mayor que ella, y se convirtió en vizcondesa de Sistelo. Enviudó en 1886, a los 32 años. Sin hijos, se fue a París, la ciudad de la que todo irradiaba, para perfeccionar sus habilidades artísticas (pintura) en la Académie Julian, pionera en la aceptación de mujeres. Y allí permaneció durante el cambio de siglo y los albores del siguiente, participando en todo lo que era relevante en la ciudad. Destaca el que quizá sea su cuadro más conocido: "Sous les pommiers ou le thé à la campagne", en la colección del Museo de Bellas Artes Jules Chéret de Niza.
Desde Sistelo nos dirigimos hacia Arcos de Valdevez, a través del frondoso valle. La primera parada fue el Paço de Giela, que merecería la pena visitar aunque sólo fuera para ver la espléndida ventana manuelina. Pero hay más, hay detalles históricos importantes, hay restos arqueológicos de gran valor, está el vídeo que resume ese momento crucial de la fundación de Portugal que fue el Recontro de Valdevez (o la "reunión para hacer las paces", como prefiere el profesor Hermano Saraiva).
Desde allí nos dirigimos al centro histórico de la ciudad, pasando por las iglesias centrales, imperdibles por su graciosa arquitectura y exquisita decoración. Y en el centro de la ciudad, no hay que olvidarlo, eclipsado por las casas, una pequeña joya románica, la capilla de la Praça, sencilla y desnuda hasta el límite, en marcado contraste con la exuberancia interior de los demás lugares de culto vecinos. Tiempos diferentes.
Y todo ello sin dejar de deslumbrar la vista con el entorno paisajístico de este exquisito pueblo. Tanto en tan poco.