En esta mañana de claridad inaugural, en lo alto, entre las ruinas del castillo, con los ojos parpadeantes de asombro, percibimos la lenta respiración de la historia en el murmullo del viento.
Y podemos sentirlo palpitar mientras pasamos las manos por las piedras que componen lo que queda de la fortaleza construida en este lugar imposible en los primeros tiempos de la fundación de Portugal y posteriormente.
De hecho, en esta montañosa tierra fronteriza, todo el paisaje rezuma historia: ya sea en los abundantes monumentos megalíticos, en los restos romanos y románicos o en las deslumbrantes formas de granito esculpidas por la eternidad.
En medio están los recuerdos de una cultura muy peculiar. Hay historias de contrabando, de vidas moldeadas por el deambular entre "brandas" e "inverneiras", de ingenio y resistencia al agresivo clima o de la fábrica de chocolate, extinguida hace tiempo, pero que refleja la perspicacia y el espíritu emprendedor de quienes le dieron vida.
Está el fornido y dócil perro pastor. Hay mucho que ver y oír mientras caminas a paso lento y te mantienes alerta. O saborear una deliciosa comida que rememora la tradición montañesa. Castro Laboreiro, para llenar todo tu corazón.