Caminar por territorios montañosos, en entornos remotos, por senderos cuidadosamente elegidos, llenos de estímulos sensoriales, huellas del patrimonio medieval y marcas de la antigua cultura rural, es una experiencia tan extraordinaria como liberadora.
Ya sea recorriendo etapas de la Gran Ruta de Peneda Gerês, en el corazón del parque nacional, o descubriendo las terrazas de Sistelo, que es un Paisaje Cultural, un Monumento Nacional y un magnífico legado de heroica agricultura de subsistencia, el propósito es siempre el mismo: desconectar para conectar.
En nuestros paseos, debe prevalecer el silencio y un ritmo lento y cadencioso, para que los sentidos puedan estar totalmente despiertos y sincronizados. Para que absorban los colores, los olores, las formas, los ruidos, la inmensidad de detalles que se nos escapan cuando el bullicio de las conversaciones y las prisas por llegar a algún sitio condicionan nuestro comportamiento y limitan nuestra atención.
Ir sin ver, oír, oler o tocar las arrugas del tiempo es como no ir, es sólo esfuerzo físico, un pie tras otro, nada más. Diluirse en el paisaje, evaporarse y olvidarse de uno mismo y del mundo, eso es lo que quieres. "El cuerpo que camina no tiene historia, es sólo un flujo de vida inmemorial", escribe Frédéric Gros en "Caminar, una filosofía". Este es el espírito que buscamos.
En un mundo infestado de ruido audible e inaudible, que las redes sociales y la esfera digital han hecho estrecho y a veces asfixiante, lo que aquí proponemos es puro bálsamo psicoemocional, tan urgente como vital.
En este sentido, y para ser coherentes, creemos que el número máximo de personas es de cuatro. Más de eso es una multitud, cuya tendencia a charlar anula sustancialmente el propósito de este tipo de experiencia.