El sendero de Peneda es una de las rutas de senderismo más emocionantes de nuestra región. Empieza y termina cerca del santuario de Nossa Senhora da Peneda y tiene algo menos de 9 kilómetros, por lo que requiere unas piernas fuertes.

Esta mañana el cielo está ligeramente nublado, a milímetros de estar radiante. Es como si hubiera tenido un mal despertar que se disipa rápidamente. No hace demasiado calor, lo cual es bueno teniendo en cuenta que es un sendero árido sin sombra.

Continuamos lentamente. El viejo camino empedrado serpentea por la ladera y el silencio circundante impone su orden, interrumpido por conversaciones ocasionales, los relinchos de los garranos (équidos) que nos miran sin mucho interés o el grito de un ave rapaz que planea por el aire.

A medida que nos acercábamos a la cima, el granito de la montaña cobraba protagonismo, mostrando sus magníficas formas escultóricas. Cuando llegamos a la cima de la ruta, el cielo se había despejado por completo y la luz estaba ahora en su punto álgido de perfección.

Continuamos por la meseta y luego nos sentamos a tomar un tentempié en un acantilado. Mientras lo hacíamos, en silencio  contemplando el magnífico encaje de luces y sombras en el amplio horizonte.

Luego volvimos  avanzando por la irregular pista de piedra. Pasamos junto a un grupo de excursionistas que se dirigían en dirección contraria y divisamos el  distancia se encuentra el "pantano" de la peneda, una pequeña presa que antaño suministraba electricidad al santuario.

Nos acercamos a la laguna, sobrecogidos por la belleza del paisaje y del macizo de la Meadinha. Una vez allí, saludamos a otro grupo de excursionistas que se sentaban a descansar e iniciamos el descenso, que requiere especial atención, ya que a partir de aquí y casi hasta el final el sendero se vuelve bastante sinuoso. Y así fuimos, sin perder de vista nuestros pies, todo el camino de vuelta al punto de partida.